He aquí un error que la mayoría
de las personas cometen en sus relaciones con los demás: tratar de construirse
un nido estable en el flujo constantemente móvil de la vida.
Piensa en alguien cuyo amor
desees.
¿Quieres ser alguien importante
para esa persona y significar algo especial en su vida?
¿Quieres que esa persona te ame y
se preocupe por ti de una manera especial?
Si es así, abre tus ojos y comprueba que estás cometiendo la necedad de invitar a otros a reservarte para sí mismos, a limitar tu libertad en su propio provecho, a controlar tu conducta, tu crecimiento y tu desarrollo de forma que éstos se acomoden a sus propios intereses.
Es como si la otra persona te
dijera: «Si
quieres ser alguien especial para mí, debes aceptar mis condiciones, porque, en
el momento en que dejes de responder a mis expectativas, dejarás de ser
especial».
¿Quieres ser alguien especial
para otra persona?
Entonces has de pagar un precio
en forma de pérdida de libertad. Deberás danzar al son de esa otra persona, del
mismo modo que exiges que los demás dancen a tu propio son si desean ser para
ti algo especial. Párate por un momento a preguntarte si merece la pena pagar
tanto por tan poco.
Imagina que a esa persona, cuyo
especial amor deseas, le dices: «Déjame
ser yo mismo, tener mis propios pensamientos, satisfacer mis propios gustos,
seguir mis propias inclinaciones, comportarme tal como yo decida que quiero
hacerlo.»
En el momento en que digas estas
palabras, comprenderás que estás pidiendo lo imposible.
Pretender ser especial para
alguien significa, fundamentalmente, someterse a la obligación de hacerse grato
a esa persona y, consiguientemente, perder la propia libertad.
Tómate el tiempo que necesites
para comprenderlo…
Tal vez ahora estés ya en
condiciones de decir: «Prefiero
mi libertad antes que tu amor”.
Si tuvieras que escoger entre
tener compañía en la cárcel o andar libremente por el mundo en soledad, ¿qué
escogerías?
Dile ahora a esa persona: «Te dejo que seas tú
misma, tener tus propios pensamientos, satisfacer tus propios gustos, seguir
tus propias inclinaciones, comportarte tal como decidas que quieres hacerlo. »
En el momento en que digas esto,
observarás una de estas dos cosas: o bien tu corazón se resistirá a pronunciar
esas palabras y te revelarás como la persona posesiva y explotadora que eres
(con lo que será hora de que examines tu falsa creencia de que no puedes vivir
o no puedes ser feliz sin esa otra persona), o bien, tu corazón pronunciará
dichas palabras sinceramente, y en ese mismo instante se esfumará todo tipo de
control, de manipulación de explotación, de posesividad, de envidia.
«Te
dejo que seas tú mismo: que tengas tus propios pensamientos, que satisfagas tus
propios gustos, que sigas tus propias inclinaciones, que te comportes tal como
decidas que quieres hacerlo.»
Y observarás también algo más:
que la otra persona deja automáticamente de ser algo especial e importante para
ti, pasando a ser importante del mismo modo en que una puesta de sol o una sinfonía
son hermosas en sí mismas, del mismo modo en que un árbol es algo especial en
sí mismo y no por los frutos o la sombra que pueda ofrecerte.
Compruébalo diciendo de nuevo: «Te dejo que seas tú
mismo».
Al decir estas palabras te has
liberado a ti mismo. Ahora ya estás en condiciones de amar. Porque, cuando te
aferras a alguien desesperadamente, lo que le ofreces a la otra persona no es
amor, sino una cadena con la que ambos, tú y la persona amada, quedáis
estrechamente atados. El amor sólo puede existir en libertad.
El verdadero amante busca el bien
de la persona amada, lo cual requiere especialmente la liberación de ésta con
respecto a aquél.
¬Anthony De Mello
Una llamada al Amor
Photo by Kristopher Roller /Unsplash
***
SI COMPARTES, MÁS SE BENEFICIAN ¡GRACIAS!
Me gusta:
Me gusta Cargando...