¿Alguna vez ha pasado por tu mente
que lo que ocurre en tu vida es inmodificable?
¿Has experimentado la sensación
de que hagas lo que hagas nada va a cambiar lo que vives?
¿Has vivido reiterados eventos adversos o dolorosos
en los cuales has sentido que no podías o puedes salir bien librada/o?
Si tu respuesta es “sí” entonces has experimentado un estado psicológico que se conoce como “indefensión aprendida”.
En la década de los 70’s el psicólogo estadounidense Martin Seligman estudió los efectos conductuales que producían en perros una serie de descargas eléctricas.
Después de varios intentos de huida, el animal se percataba de
que hiciera lo que hiciera obtenía el mismo resultado nulo o negativo para poder
escapar y evitar el dolor. Es decir, aprendió a sentirse indefenso ante la
situación adversa que vivía; y ante después de varios intentos no se esforzó
más por ejecutar acciones de lucha ni de huida, aun cuando la jaula hubiese
quedado abierta.
Con estudios posteriores, Martin Seligman y otros investigadores
comprobaron que los cambios neuroquímicos y el patrón de conducta que
presentaron los perros de este estudio eran similares a los que se presentan en
el humano en estados depresivos.
En concreto ¿qué es la indefensión aprendida?
Es un estado psicológico por el cual un humano (o un animal)
se paraliza, se bloquea o se muestra pasivo ante situaciones adversas,
desagradables, destructivas o dolorosas que vive; porque tiene la sensación
subjetiva de ser incapaz de modificarlas, ya que se ha esforzado por lograrlo varias
veces o en diversos momentos, y no ha tenido el éxito esperado.
Como resultado de esta historia de frecuentes intentos
fallidos, de fracasos en el manejo de las condiciones de su vida, la persona
instaura en su mente la creencia de que el entorno es inmodificable; que ella
no tiene poder alguno, que es irremediablemente vulnerable a lo que vive, y que
todo lo que ocurre en la vida forma parte de un destino inmutable.
Asume que sus palabras y acciones son inútiles porque no van
a lograr influir en nada en las circunstancias que está experimentando; y,
entonces, deja de expresar sus necesidades o sus deseos; no ejecuta acciones
para hacer valer sus derechos cuando es preciso; e incluso, opta por no hacer
nada para modificar, evitar o abandonar dichas circunstancias.
Todo lo anterior está, además, teñido y acrecentado por pensamientos
recurrentes en los que predomina el pesimismo y la impotencia, del tipo: “no
cuento con los recursos para enfrentarme”, o bien, “no tiene ningún caso que
actúe, si de todas maneras lo que se haga no es suficiente” “de nada sirve lo
que hago”.
Cuando se anima a llevar a cabo una acción, adopta una
posición de víctima y no asume las consecuencias de sus actos. Y ante la menor
dificultad “tira la toalla” y justifica sus fracasos como algo que proviene del
exterior.
El sentimiento de indefensión, la sensación de desamparo e
impotencia, y la pasividad adyacente, bloquean, a su vez, la posibilidad de
aprender aptitudes y actitudes nuevas, simples o complejas, que le serían
útiles para realizar modificaciones en su ambiente.
Y, aunque posteriormente las circunstancias del entorno
cambiasen, la persona continuará creyendo que se debió a un factor externo
fortuito, y no a algo que ella generó.
El estado psicológico de indefensión surge indistintamente
en mujeres, hombres, niños, ancianos; de todas las edades, y de cualquier
nacionalidad y credo.
El disparador del sentimiento de indefensión puede ser cualquier
situación cotidiana o extraordinaria, que se percibe como amenazante y que se
presenta de manera reiterada; por ejemplo: tener un empleo en donde no hay
buenas condiciones laborales; estar en periodo de exámenes académicos; eventos
que implican competencia sea en el medio empresarial, artístico o deportivo,
por ejemplo.
También es muy frecuente la presencia la condición de
indefensión aprendida en casos de acoso escolar (bullying) laboral (mobbing) o
de violencia de género, entre otros.
Es muy importante comprender que las situaciones complejas,
adversas, desagradables o dolorosas por sí mismas no son una razón única o
suficiente para desencadenar el estado psicológico de indefensión, o en su
caso, un estado depresivo. Entre otros múltiples factores, influye de manera
notable la forma en que una persona ha aprendido a percibir e interpretar los
eventos de su vida, y sus estrategias de acción: huida, lucha o afrontamiento.
La persona que presenta el estado psicológico de indefensión
aprendida usualmente —no siempre—, se encuentra a su vez en un estado
depresivo, aunque no necesariamente en una depresión clínicamente
diagnosticada.
De cualquier manera, poner atención al sentimiento de
indefensión aprendida cobra especial relevancia porque puede ocasionar que la
persona que lo presenta llegue a un nivel extremo de desvalorización,
frustración, impotencia, apatía, desesperanza, etc., que lo impulse a tomar
decisiones extremas que impacten su salud, su integridad o su vida misma.
Si te encuentras en un estado psicológico de indefensión
aprendida puedes salir de él si aplicas algunas de las estrategias que te
presento a continuación.
Pero antes, te animo a dar click AQUÍ para leer el Cuento: El Elefante Encadenado, escrito por Jorge Bucay, que ilustra claramente lo que implica improntar la indefensión en la vida.
¡Ahora sí! ¿Cómo puedo erradicar de mi vida el sentimiento de indefensión?
El estado psicológico de indefensión es APRENDIDO; por lo tanto, puede ser DESAPRENDIDO.
El proceso para desaprender la indefensión puede ser complejo
o sencillo, según la infinidad de variables dinámicas que hay en tu vida en
particular, es decir: tu edad, educación, idiosincrasia, cultura, grupos a los
que perteneces, voluntad y disposición de acción, etc.
Una manera sencilla y funcional consiste en lo siguiente:
- Genera las condiciones materiales y mentales necesarias para escuchar tu diálogo interno y detectar cuáles son las creencias limitantes que te llevan al estado de indefensión y a mostrar pasividad frente a las situaciones adversas, conflictivas o dolorosas.
- Date la oportunidad de observar de frente los miedos que están implicados en tu estado de indefensión, y que te sitúan en un estado de alerta que te paraliza o que bloquea la posibilidad de actuar frente a lo que vives como amenazante.
- Haz una lista de tus capacidades, aptitudes, talentos y habilidades que constituyen tus fortalezas.
- Haz otra lista de los comportamientos alternativos o habilidades nuevas que puedes adquirir para enfrentarte de manera más constructiva a lo que vives.
- Al elaborar con honestidad y detenimiento ambas listas empezarás ya a sentir que tu autoestima puede reconstruirse y puedes volver a encontrar un sentido positivo, agradable y constructivo a lo que piensas, sientes, dices y haces.
- Paulatinamente y con valentía, haz uso de tus fortalezas y de las nuevas habilidades en tu día a día, para que empieces a darte cuenta de que sí eres capaz de enfrentar asertivamente la vida, y que, cuando la condición externa no es modificable, sí eres capaz de asumir una actitud proactiva, y positiva frente a ellas, en vez de usar tu antiguo modo de reaccionar, con los sentimientos derivados de ésta: frustración, fracaso, inacción, desmotivación, pasividad… en suma: indefensión.
- Para que la indefensión sea erradicada por completo, es importante que tus expectativas sobre el resultado sean positivas, esto es: que en ti exista la plena certeza de que es tú elección la actitud que tengas frente a las situaciones complicadas a las que te enfrentes, y que puedes dar tu máximo para favorecer modificarlas.
Erradicar el sentimiento de indefensión aprendida no es un acto único, es un proceso de varios pasos, a veces no sencillos, pero con disposición y constancia puedes lograr una vez más ver de frente la vida, disfrutarla, aprender de las lecciones que te presenta, y no permitirte nunca más volver a improntar en tu corazón y en tu mente este sentimiento de indefensión.
¬Patricia Anaya
Photo by Warren Wong /Unsplash
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